Racismo, casta y el restaurante de Elena Reygadas
Letras del poder
Por Gibrán Ramírez Reyes*
Letras del poder
Por Gibrán Ramírez Reyes*
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@GibranRR
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El pasado 6 de enero impidieron la entrada de uno de mis seres más queridos al restaurante Lardo, en la Condesa, por su color de piel. Se trata de una propiedad de Elena Reygadas, dueña de Rosetta y una de las chefs del momento en México, opuesta al nacionalismo culinario —incluso reacia a llamar mexicana a su cocina, lo que me parece una decisión válida en su campo— y los complejos que nos hacen ir “nada más con la bandera precolombina” (El País, 5/10/15). Hago la denuncia del caso porque la considero de interés público, ya que da cuenta de un problema estructural de nuestra sociedad y que nos ocupa menos de lo que debería: el racismo. Y porque Elena Reygadas es un personaje de la vida pública mexicana y a menudo referente del país en ciertos ámbitos.
La certeza de que se trató de un acto racista no se funda únicamente en el hecho de que impidieran el paso a una joven pareja morena a un restaurante vacío y a la causa que les dieron: “no tienen reservación y sin reservación no hay servicio” (lo que Lardo mismo desmiente en su sitio web), sino también a quejas similares por parte de otros usuarios en sus páginas de Facebook. Un par de ejemplos: a alguien que tenía reservación le dijeron que hubo un error y no estaba apuntado. No lo dejaron pasar. También se negaron a servir comida a una mujer y, tras venderle un café, le prohibieron ocupar una mesa. Habrá quien diga que el asunto pudo deberse más a la vestimenta que al color de piel, pero eso es irrelevante. Además, en mi experiencia, ni siquiera en los paranoicos Sanborns son vigilados de la misma forma los blancos fachosos que los morenos. La forma de conducirse del restaurante no es sólo indecente e inmoral, es ilegal.
Es poco probable que —tras varios incidentes en que puede presumirse discriminación y su contraste con experiencias muy distintas— la dueña no se haya enterado y por eso no hiciera algo al respecto, cuando ni siquiera en Facebook o Twitter se dan por notificados de esos episodios y simplemente los ignoran. Sin embargo, puede haber ocurrido.
Pero también podría estar pasando otra cosa: que estemos ante el comportamiento típico de un segmento de la sociedad que restringe ciertos espacios y que para guardar un aura de distinción y exclusividad —que es siempre exclusión— utiliza como criterio el color de piel.
Ni invención ni paranoia: Mario Arriagada documentó sobradamente los criterios raciales que siguen las revistas de sociales para sus fotografías donde “si la piel morena está acompañada de apellidos o rasgos mediterráneos salen sin problemas, pero si son rasgos mesoamericanos, no”. “Hasta los charros, la gente que va al Estadio Azteca y a los toros parecen ser todos blancos”, remata Arriagada.
Poco después de que se publicara el ensayo de Arriagada, si recuerdo bien, se hizo público que agencias de modelaje siguen los mismos cánones de exclusión de la piel morena a menos de que busquen belleza “exótica” —enunciación sintomática en un país donde hay gente más morena que blanca. Estos comportamientos no son, desgraciadamente, extraños. Es casi obvio que se extienden a espacios físicos como restaurantes y tiendas y, en consecuencia, no sería extraño que el Lardo de Reygadas tuviera criterios similares para no incomodar con disruptivos morenos la estética tradicional de la elite mexicana. Es posible, entonces, que Lardo funcione como Quién y Caras: con una dinámica de casta, donde los morenos pueden ser fotógrafos, cocineros o meseros para estar en su lugar.
El racismo, tejido con el clasismo cual sistema de castas (insisto), ha condicionado las percepciones estéticas y hasta éticas.
Estando en un café de la UNAM un amigo —español, en su primera semana en México— me dijo, en pocas palabras: “estoy impresionado de lo racista que es este país y que nadie parece darse cuenta. Aquí mismo, ahora, los únicos morenos en este local son tú y aquel mesero. En los puestos de decisión académica los funcionarios, por su fisonomía, podrían ser igual españoles o italianos y sólo entrando al Metro puedes darte cuenta que los morenos como tú son mayoría”.
Lo que decía mi amigo es cierto. El racismo mexicano es omnipresente pero tendemos —quizá justo por eso o porque nuestra ignorancia, individualismo y desinterés nos orilla a aceptarlo sin cuestionarlo porque “siempre ha sido así”— a ignorarlo para vivir tranquilos con nuestra conciencia, y porque está fundido con otra forma de discriminación, clasista, que se acepta con menos rubor aunque se disfrace. Hay quien dice, por ejemplo, que no condena a los pobres sino a los nacos y que son cosas muy diferentes, aun cuando es claro para quien quiera verlo que la naquitud —por decirlo de algún modo— fue originalmente un conglomerado de comportamientos de clase que casualmente pueden identificarse mayoritariamente con rasgos raciales. No es gratuito que “prieto” siga funcionando como insulto.
Por unas y otras razones, hay un sinfín de hechos violentos en función de una estética determinada por el color de piel asociado a un status económico y eso es simplemente inaceptable.
Que quede constancia de una denuncia más de esta realidad.
Fuente:
http://www.m-x.com.mx/2016-01-16/racismo-casta-y-el-restaurante-de-elena-reygadas-por-gibran-ramirez-reyes/
@GibranRR
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El pasado 6 de enero impidieron la entrada de uno de mis seres más queridos al restaurante Lardo, en la Condesa, por su color de piel. Se trata de una propiedad de Elena Reygadas, dueña de Rosetta y una de las chefs del momento en México, opuesta al nacionalismo culinario —incluso reacia a llamar mexicana a su cocina, lo que me parece una decisión válida en su campo— y los complejos que nos hacen ir “nada más con la bandera precolombina” (El País, 5/10/15). Hago la denuncia del caso porque la considero de interés público, ya que da cuenta de un problema estructural de nuestra sociedad y que nos ocupa menos de lo que debería: el racismo. Y porque Elena Reygadas es un personaje de la vida pública mexicana y a menudo referente del país en ciertos ámbitos.
La certeza de que se trató de un acto racista no se funda únicamente en el hecho de que impidieran el paso a una joven pareja morena a un restaurante vacío y a la causa que les dieron: “no tienen reservación y sin reservación no hay servicio” (lo que Lardo mismo desmiente en su sitio web), sino también a quejas similares por parte de otros usuarios en sus páginas de Facebook. Un par de ejemplos: a alguien que tenía reservación le dijeron que hubo un error y no estaba apuntado. No lo dejaron pasar. También se negaron a servir comida a una mujer y, tras venderle un café, le prohibieron ocupar una mesa. Habrá quien diga que el asunto pudo deberse más a la vestimenta que al color de piel, pero eso es irrelevante. Además, en mi experiencia, ni siquiera en los paranoicos Sanborns son vigilados de la misma forma los blancos fachosos que los morenos. La forma de conducirse del restaurante no es sólo indecente e inmoral, es ilegal.
Es poco probable que —tras varios incidentes en que puede presumirse discriminación y su contraste con experiencias muy distintas— la dueña no se haya enterado y por eso no hiciera algo al respecto, cuando ni siquiera en Facebook o Twitter se dan por notificados de esos episodios y simplemente los ignoran. Sin embargo, puede haber ocurrido.
Pero también podría estar pasando otra cosa: que estemos ante el comportamiento típico de un segmento de la sociedad que restringe ciertos espacios y que para guardar un aura de distinción y exclusividad —que es siempre exclusión— utiliza como criterio el color de piel.
Ni invención ni paranoia: Mario Arriagada documentó sobradamente los criterios raciales que siguen las revistas de sociales para sus fotografías donde “si la piel morena está acompañada de apellidos o rasgos mediterráneos salen sin problemas, pero si son rasgos mesoamericanos, no”. “Hasta los charros, la gente que va al Estadio Azteca y a los toros parecen ser todos blancos”, remata Arriagada.
Poco después de que se publicara el ensayo de Arriagada, si recuerdo bien, se hizo público que agencias de modelaje siguen los mismos cánones de exclusión de la piel morena a menos de que busquen belleza “exótica” —enunciación sintomática en un país donde hay gente más morena que blanca. Estos comportamientos no son, desgraciadamente, extraños. Es casi obvio que se extienden a espacios físicos como restaurantes y tiendas y, en consecuencia, no sería extraño que el Lardo de Reygadas tuviera criterios similares para no incomodar con disruptivos morenos la estética tradicional de la elite mexicana. Es posible, entonces, que Lardo funcione como Quién y Caras: con una dinámica de casta, donde los morenos pueden ser fotógrafos, cocineros o meseros para estar en su lugar.
El racismo, tejido con el clasismo cual sistema de castas (insisto), ha condicionado las percepciones estéticas y hasta éticas.
Estando en un café de la UNAM un amigo —español, en su primera semana en México— me dijo, en pocas palabras: “estoy impresionado de lo racista que es este país y que nadie parece darse cuenta. Aquí mismo, ahora, los únicos morenos en este local son tú y aquel mesero. En los puestos de decisión académica los funcionarios, por su fisonomía, podrían ser igual españoles o italianos y sólo entrando al Metro puedes darte cuenta que los morenos como tú son mayoría”.
Lo que decía mi amigo es cierto. El racismo mexicano es omnipresente pero tendemos —quizá justo por eso o porque nuestra ignorancia, individualismo y desinterés nos orilla a aceptarlo sin cuestionarlo porque “siempre ha sido así”— a ignorarlo para vivir tranquilos con nuestra conciencia, y porque está fundido con otra forma de discriminación, clasista, que se acepta con menos rubor aunque se disfrace. Hay quien dice, por ejemplo, que no condena a los pobres sino a los nacos y que son cosas muy diferentes, aun cuando es claro para quien quiera verlo que la naquitud —por decirlo de algún modo— fue originalmente un conglomerado de comportamientos de clase que casualmente pueden identificarse mayoritariamente con rasgos raciales. No es gratuito que “prieto” siga funcionando como insulto.
Por unas y otras razones, hay un sinfín de hechos violentos en función de una estética determinada por el color de piel asociado a un status económico y eso es simplemente inaceptable.
Que quede constancia de una denuncia más de esta realidad.
Fuente:
http://www.m-x.com.mx/2016-01-16/racismo-casta-y-el-restaurante-de-elena-reygadas-por-gibran-ramirez-reyes/
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