miércoles, 31 de octubre de 2007

Silencioso y destructivo el racismo en Mexico

Por Aída Mendoza Flores Mexico - (Posted on Jan-26-2005)
Quechua Network

¡Claro que hay un papel para ti! ¿Cuál quieres? El de sirviente, cocinera, mayordomo, esclava, nana o el de la sombra que pasa'. Es la respuesta que algunos productores de cine, radio, televisión y teatro tienen para los actores de raza negra cuando acuden ante ellos en busca de trabajo en sus puestas en escena, películas, telenovelas o programas radiofónicos y eso que aquí, en México, el racismo no existe. Sin embargo, quienes están acostumbrados a observar las múltiples contradicciones del pueblo mexicano, saben que la respuesta más común a la interrogante ¿hay racismo en México?, es: no. Aunque a veces contestan de otra manera, muy cómica por cierto. ¿Cómo? Si me caen muy bien los 'negritos', con todo y el significado que conlleva el infortunado diminutivo, pero que finalmente es lo de menos.

En México como en otras naciones, por mucho tiempo se pensó que los negros no eran tan humanos y capaces como los blancos, por eso eran discriminados, perseguidos y hasta asesinados. Sin embargo, con el desarrollo de la humanidad hubo también un cambio de actitud establecida en las leyes de los diferentes países.

A pesar de que el artículo 4°. de la Constitución Política establece la igualdad de condiciones para todos los mexicanos, sin distinción de género, edad, sexo o raza, los negros -que según la historia son la tercera raíz de nuestros orígenes, luego de los españoles y los indígenas-, han sido víctimas de la discriminación en todos los tiempos y en cualquier ámbito.

Aun en la actualidad, todavía no se convencen de que haya mexicanos de raza negra, cuya presencia está en todas partes, principalmente, en los estados de Guerrero, Oaxaca y Veracruz.

Los de raza negra no solamente deben soportar la negación de sus compatriotas sino que han sido víctimas de un racismo que ellos llaman 'silencioso' y que tal vez sea el más doloroso y destructivo.

Discriminación hacia actores negros

Quién iba a pensar que en estos tiempos de avances tecnológicos la discriminación siguiera presente en todos los ámbitos, pero se acentúa en los medios de comunicación (cine, radio y televisión) donde actores de raza negra han visto disminuidas sus oportunidades de trabajo 'y todo por ser gente de color'. Dice en tono de burla la actriz Muriel Fouilland: 'Aquí, en México, he vivido el racismo como actriz, como mujer, como negra, en fin, como todo'.

Sí a mí me preguntaran ¿hay racismo en México? Diría que yo lo vivo todos los días, afirma la actriz Julia Marichal Martínez, 'a mí nadie me toma como mexicana. Soy negra y podré venir de Canadá, Australia, Suiza, Estados Unidos, Ghana o del lugar más apartado del mundo, ¡pero ser de aquí! nunca. Desgraciadamente hay un enorme hueco en la educación escolar sobre nuestra existencia dentro de la nación'.

Hay que recordar, agrega, que de la conquista a la fecha se ha conservado una parte de la población que es negra. 'Somos el resultado de toda la simbiótica y la unión que se dio entre el español con el negro y de éste mismo con el indígena. Va uno al sur del país y ves que esta gente tiene pelo lacio con piel negra y que conservan de alguna manera todavía costumbres africanas, pero son mexicanos, lo que nadie puede negar'.

Para el actor y músico Lázaro Patterson Paredes, el racismo lo ha padecido desde niño, 'en la escuela sentía el rechazo de mis compañeros. Ahora, vas por la calle y te miran como bicho raro, abordas el transporte público y encuentras gente que no se sienta al lado tuyo porque eres de color'.

Claro que en México hay racismo, asegura indignada a Forum la actriz Francis Laboriel, cómo nos atrevemos a negar su existencia. 'En nuestro caso, por ejemplo, nos han encasillado en la esclavitud, en el negro agachado y obediente, en el que no lucha por sus derechos, el mugroso, en un ser sin categoría ni inteligencia. Entonces estamos limitados y no nos dan chance de demostrar nuestro talento como actores a pesar de que hay mucho'.

Muriel Fouilland comenta que su experiencia como actriz ha sido dura: 'No consigo personajes tan fácilmente porque la visión de los productores es muy corta, se piensa que la actuación es nada más para los caucásicos, güeros y de ojo verde. Entonces se nos cierran muchas puertas y nos dan papeles mínimos'.

Aunque nuestros entrevistados no quisieron dar nombres de los productores que les han negado el trabajo, sí aseguraron que la televisión no sólo es el medio de comunicación más difícil para ellos en cuanto a su incursión sino que además es ahí donde se fomenta el racismo.

Julia Marichal denuncia que la discriminación se presenta en la programación a través de las telenovelas que señalan mucho las diferencias físicas, económicas y sociales de sus personajes, 'tenemos al gordo que se come unas tortas gigantescas y el niño negro enamorado de la niña rubia que lo desprecia. Y me pregunto ¿por qué comerciar con esto? Finalmente, uno es un ejemplo a seguir y los niños lo van a imitar'.

De blancos a negros y de negros a negros

El racismo de productores hacia actores negros en México no se entiende ya que la magia del mundo del espectáculo permite a los actores la transformación total, es decir, de bueno a villano, de madre sumisa a luchadora aguerrida, de rico acaudalado a pobre hambriento, de bonita a fea, de rey a mendigo, de joven a viejo y de blanco a negro, pero lo que jamás se ha visto es de negro a blanco.

Tan sólo hay que recordar las caracterizaciones hechas por el departamento de maquillaje tanto a Pedro Infante como a José López Ochoa para que interpretaran el papel de un negro en el filme Angelitos negros o -hace un año- a Ernesto Yáñez, Sergio Acosta, Angélica Lara y Javier Escobar en la obra Negros de Jean Genet.

No entiendo por qué, señala a Forum Patterson Paredes, la calidad deba medirse por el color de la piel de un actor, 'en esta materia no debería haber ninguna diferencia entre blancos, negros o amarillos. Si se está preparado, se tiene la escuela y se saben los parámetros de la actuación, se puede trabajar sin distinción'.

'Los actores blancos pueden disfrazarse de negros si no hay suficiente elenco en una producción y actúan muy bien, pero a nosotros no nos los permiten. Aunque a veces ellos no sean tan blancos, pero si dan oportunidad de hacer papeles de negros, a mí gustaría que un día me dieran un papel protagónico de blanco y caracterizarme como lo hacen ellos, para que vean qué se siente', asegura el también músico.

Empero, agrega, los productores pueden dar la interpretación de un personaje a cualquier actor sin maquillaje. 'Es más, tengamos una idea descabellada, se va a montar Romeo y Julieta y por qué no pensar en un Romeo negro o se me ocurre Hamblet u otra obra de Moliere, donde no te dan papeles porque eres de color'.

El racismo silencioso

Pero eso no es todo, lo peor es que en México se vive un racismo silencioso hacia la comunidad de raza negra y eso es lo que más duele y destruye, manifiesta Muriel Fouilland: 'Si te enfrentas con un grupo de kukusclanes sabes que su odio puede ocasionarte la muerte, les das la vuelta o enfrentas tu destino, pero nos encontramos con la otra cara de la moneda, cuando en apariencia ese sentimiento no existe, sin embargo hay un repudio, rechazo y discriminación que se observa desde kilómetros, pero que no se escucha y entonces te aniquila'.

En ese mismo orden de ideas se manifiesta Julia Marichal, 'ese racismo duele más porque no te lo dicen, pero te lo hacen sentir. Desgraciadamente aprendes a vivir con ello, a enfrentarlo, a saber que la vida te va a responder de esa forma. En el teatro si no es una obra en donde sales de negro, de plano no sales. Hay productores que no te niegan el trabajo simplemente no te llaman'.

'¿Quejarnos, ante quién?', subraya Francis Laboriel, '¿derechos humanos? Si aquí en México el racismo hacia los negros no existe y las represalias serían terribles. De por sí no nos dan trabajo o nos ofrecen papeles mínimos, pues, imagínense ustedes lo que harían si los denunciamos'.

Cabe señalar que al ser este un racismo silencioso puede llegar desde cualquier punto, la discriminación lesiona sus derechos laborales como el de un salario justo, al no darles un papel protagónico ganan menos que otros actores. Además de que les coartan la libertad de lograr el tan ansiado éxito de los artistas, pues a la publicidad no le interesa promover a los 'actores de segunda', al menos que se tenga como Julia Marichal y Francis Laboriel unos buenos padres que en su momento, reconocen ellas, las han apoyado; eso no quiere decir que no hayan vivido actos de racismo y si no veamos en que nivel se encuentra su carrera ahora.

Lo que dicen los acuerdos internacionales

El presidente Vicente Fox reconoce que el abuso de poder, la tortura, la discriminación y el maltrato siguen siendo comunes en México -y aunque no se haya referido expresamente a los mexicanos de raza negra habría que incluirlos-, a pesar de que nuestro país ha firmado acuerdos internacionales comprometiéndose a eliminar estás prácticas.

Hace más de tres años -septiembre de 2001- se efectuó la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación, la Xenofobia y otras Formas Conexas de Intolerancia en Durban, Sudáfrica. Nuestro país participó en el importante foro con una delegación conformada por re- presentantes gubernamentales, legisladores y el presidente de la Comisión Ciudadana de Estudios contra la Discriminación.

El titular de esa dependencia, Gilberto Rincón Gallardo, ha destacado que en México existe una cultura de la discriminación, abiertamente reconocida por las autoridades y que, sobre todo, había disposición, a partir de la sociedad, de combatirla. Pero México no contaba con un marco jurídico que permitiera la eficiente aplicación y el puntual seguimiento de los acuerdos internacionales que nuestro país suscribiera en la materia.

Con el propósito de compensar ese vacío legal, en noviembre de 2001 el presidente Fox presentó la iniciativa de Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, la cual serviría de base en la defensa de cualquier forma de intolerancia o exclusión por motivos de género, edad, estado civil, idioma, religión, ideología, grupo social o étnico, estado de salud, situación migratoria o económica, orientación sexual, discapacidad y color de piel.

Plantea también la necesidad de promover una nueva cultura en contra de toda forma de discriminación que sea fomentada desde el hogar y las escuelas para que las nuevas generaciones comprendan la importancia del tema y los mexicanos 'nos veamos de igual a igual'.

Pero, ¿el Presidente se habrá puesto a pensar sobre ese racismo silencioso del que hablan los actores de raza negra mexicanos y que lo viven diariamente no sólo como trabajadores sino como seres humanos?


Notas para estudiar el racismo hacia los indios de México

Alicia Castellanos Guerrero
Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa. Publicado en la revista Papeles de Población, Centro de
Investigación y Estudios Avanzados de la Población de la Universidad Autónoma del Estado de México, no.28,
México, 2001.

Introducción

El racismo no es un universal antropológico, un fenómeno de todos los tiempos y culturas, aunque sí muy difundido en la historia de Occidente. Sus expresiones históricas han sido tan diversas como sus definiciones. Su principal limitación conceptual ha sido la negación de su variabilidad en el tiempo y en el espacio, en la que paradójicamente se puede encontrar su especificidad. Hasta hace unos años, el ritual de inicio de cualquier reflexión sobre el racismo en América Latina era constatar su condición de tabú. Hoy es preciso advertir su creciente reconocimiento en el discurso social en particularmente, de las luchas de los pueblos indios y negros, y las investigaciones que revelan su vigencia en las relaciones sociales.

En México, los hitos de sus manifestaciones son la dominación colonial, el proceso de formación de la Nación, la influencia de las teorías racistas decimonónicas que se desarrollan en Europa y en Estados Unidos, así relación con el nacionalismo revolucionario y el neoliberalismo.

Durante este largo periodo, los procesos sociales con los que el racismo se relaciona son diversos y las ideologías que lo encubren, los discursos, las prácticas, los racistas y sujetos racializados cambian y persisten según la relación entre Estado y sociedad.

Los chinos fueron despojados, segregados, perseguidos, expulsados, asesinados y, en la medida en que la Revolución Mexicana cumplía promesas y se producía la integración de las clases medias, se disolvió el sentimiento de amenaza que provocó su ascenso social. Los discursos y las prácticas racistas Contra los judíos fueron difundidos durante los años de la conflagración mundial por grupos nacionalistas que tuvieron una corta existencia.

La relación con los estadunidenses en territorio nacional ha sido xenofílica y xenofóbica, según el contexto histórico de la vecindad entre ambas naciones, así como las políticas de inmigración y desarrollo económico. Sin olvidar que en la conciencia histórica popular, la guerra de Conquista de 1847, las invasiones al territorio nacional en 1914 y 1916, la dominación económica, las recurrentes políticas antiinmigrantes y la persecución de trabajadores mexicanos son una marca indeleble en las representaciones y en las relaciones entre estadounidenses y mexicanos de antes y ahora.

En cambio, el rechazo al indio persiste en el tiempo. Los contenidos de los discursos y las prácticas son variados, pero su opresión es una constante en la historia. La imagen y las relaciones con el indio se constituyen en el largo periodo de la dominación colonial a partir de perspectivas filosóficas que sustentan su inferioridad biológica y cultural y derivan en políticas de segregación e incluso exterminio. Durante el siglo XIX no hay una ruptura con estas fuentes de pensamiento, pero la hegemonía del universalismo y nuevas ideologías nutren los nuevos racismos.

Los discursos Iiberal y conservador del siglo XIX son inclusivos y excluyentes, aunque predomina la visión de un indio destinado a desaparecer bajo el principio de que “todos somos iguales ante la ley” y una política encaminada a la destrucción de sus bases de reproducción para liberar mano de obra y tierras comunales, no sin una resistencia indígena que se extiende a lo largo de ese siglo. Los indigenistas de principios del siglo XX reconocen la existencia de los indios y la necesidad de conocerlos para asimilarlos, construir una Nación homogénea y establecer el “buen gobierno”.

Entre los positivistas del porfiriato y los pensadores y antropólogos del nacionalismo revolucionario prevalecen los racismos que exaltan explícita o implícitamente la superioridad racial y cultural de los blancos y mestizos y la inferioridad del indio, a quien se atribuían o no incapacidades innatas, pregonando, sobre todo, la fusión biológica y cultural. No obstante, el mestizaje no será el resultado de un proceso de intercambio, sino de la hegemonía y la
imposición del modelo cultural nacional sobre las culturas, comunidades y pueblos indígenas.

Los discursos y políticas del Estado no logran conciliar la estrategia asimilacionista y la preservación de ciertas diferencias étnicas. Una lectura de los clásicos de la antropología mexicana muestra cómo en formaciones sociales regionales, en las que predomina un capitalismo salvaje basado en la acumulación primitiva y una relación subordinada con la economía nacional, el racismo se relaciona con la explotación y la dominación. En estas condiciones, el racismo puede ser abierto y difundirse en múltiples espacios, reproduciendo la histórica división entre
blancos, criollos, mestizos e indios.

Desde mediados del siglo pasado, en la región de los Altos de Chiapas, los signos de las diferencias y de las jerarquías sociales y étnicas son fenotípicos y culturales, y base de racismos que entonces proponían la asimilación para “mejorar la raza” y civilizar al otro, e, incluso, su liquidación. El etnógrafo en esos años deja ver que el racismo es a la vez asimilacionista y diferencialista cuando se oculta en la ideología cristiana y liberal de la igualdad moral y jurídica de todos y, al mismo tiempo, refrenda el binomio de la superioridad/inferioridad biológica y cultural frente al indio. Para entonces, todavía las comunidades indígenas son relativamente homogéneas y la imbricación entre clase y etnia es innegable, indios y ladinos pobres viven la desigualdad social, económica y política, pero la separación, la discriminación, los prejuicios y la violencia hacen de los indios el principal sujeto víctima.

Durante este periodo, en esta región prevalece como esquema conceptual e ideológico entre los dominantes el darwinismo social, y convergen el sexismo y el racismo cuando la sumisión atribuida al indio se valora como afeminamiento. La controversia provocada por la acción indigenista descubre esta pugna entre dos tipos de discursos y prácticas, uno que deriva del pensamiento liberal y se opone a un tratamiento diferenciado del indio; y otro, el indigenista, que reconoce la especificidad étnica pero promueve una política específica también proclive a la asimilación. En ambos casos, con argumentaciones distintas, no toleran las diferencias del otro interno.

En diversas formaciones regionales, las prácticas discriminatorias y etnocidas fueron promovidas por ideologías y políticas desarrollistas del Estado, la construcción de las grandes obras de infraestructura y de los proyectos turísticos justifican el despojo de sus territorios de origen y la destrucción de las bases de su reproducción cultural, y subsisten sistemas de categorizaciones de raíz colonial que se renuevan y revelan las relaciones de desigualdad y el racismo hacia los indios.

Hay una continuidad en la introspección del racismo que se reproduce a través de prácticas institucionales y de las interacciones marcadas por el conflicto interétnico. La persistencia de estereotipos y estigmas y de comportamientos excluyentes continúan provocando el ocultamiento y la negación de lo propio, acelerando la destrucción de la diversidad étnica.

El nuevo discurso del Estado acerca del indio se estructura en el contexto de un movimiento social en el que los campesinos mestizos e indígenas son protagonistas. Entonces se propone “replantear el proyecto de Nación” y reconocer la diversidad étnica como un elemento fundador de la nacionalidad mexicana. Sin embargo, las contradicciones entre el discurso y las prácticas se mantienen; reformas constitucionales reconocen derechos limitados de los de pueblos indios y, a la vez, políticas neoliberales amenazan sus bases comunitarias. El conflicto alcanza su nivel más alto en Chiapas, como lo expresan el levantamiento de los mayas zapatistas y el inicio de una guerra de contrainsurgencia, pese a los Acuerdos de San Andrés firmados.

La controversia suscitada en torno a los conflictos étnicos y su resurgimiento revela una naturaleza compleja en tanto se trata de un fenómeno relacionado invariablemente con intereses sociales, políticos y económicos contrarios entre en u sujetos cuyas diferencias étnicas son al mismo tiempo un motivo poderoso del conflicto. En sentido amplio, cuando las diferencias étnicas se “utilizan de manera consciente o inconsciente para distinguir a los actores rivales en una situación de conflicto, sobre todo cuando se convierten en poderosos símbolos de movilización, como es frecuente, la etnicidad pasa a ser un factor determinante para la naturaleza y la dinámica del conflicto”. Sin embargo, hay una larga duración del conflicto étnico en el contexto latinoamericano que descubre una contradicción de mayor profundidad que en aquellos casos en que incluso diferencias étnicas pueden ser inventadas, por lo que pensamos que una característica “intrínseca” puede ser la oposición de dos procesos civilizatorios. Sin negar la existencia de conflictos inter e intraétnicos por recursos y linderos, y por divisiones de carácter socioeconómico, religioso y político, que suelen tener un alcance local, el conflicto étnico en México se distingue de otros porque se produce entre dos sujetos que representan procesos civilizatorios diferentes que disputan unos su hegemonía, y otros el derecho a su existencia como entidades étnicamente diferenciadas, como se ha podido constatar por la persistencia de las culturas étnicas luego de cinco siglos y la recurrente negativa del Estado de reconocer los derechos históricos de los pueblos indios.

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martes, 30 de octubre de 2007

La fiesta de la guelaguetza: reconstrucción sociocultural del racismo en Oaxaca

Montes García, Olga

Resumen

Este artículo estudia la forma en que se construye la realidad social en el estado de Oaxaca, México. Orden caracterizado por una jerarquía basada en los rasgos fenotípicos de la población. La ideología que justifica esta realidad social se caracteriza por ser racista. Se toma como unidad de análisis la fiesta folklórica más importante de Oaxaca y de México: La Guelaguetza.

MONTES GARCIA, Olga. La fiesta de la guelaguetza: reconstrucción sociocultural del racismo en Oaxaca. Revista de Ciencias Sociales. [online]. abr. 2005, vol.11, no.1 [citado 31 Octubre 2007], p.9-28. Disponible en la World Wide Web: . ISSN 1315-9518.

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Brota racismo en Sinaloa

Sandra Becerril


Así como en Europa, los aficionados al futbol mexicano presentaron síntomas de racismo al hacer ruidos de mono cada vez que el brasileño de color Kléber Boas, jugador del América, tocaba la pelota durante un partido en casa de los Dorados de Sinaloa, disputado el 2 de febrero. Ante este fenómeno, jugadores y directivos trataron de convencer a los aficionados, mediante pancartas y declaraciones a la prensa, de que esas actitudes dañaban el balompié mexicano.

http://gruporeforma.com/cancha/articulo/721515/default.asp?PlazaConsulta=reforma&DirCobertura=

Mosaico de egos: Racismo en Coahuila

El racismo está por todos lados: en la mercadotecnia, en una entrevista de trabajo, en los restaurantes y en general en cada uno de los negocios, lugares o establecimientos que se apeguen al NRDA


Voy a relatar un caso reciente y particular.

Escena uno: Felipe Baloy, defensa central del equipo de futbol Rayados de Monterrey, anota un gol en el juego disputado en el Estadio Corona de Torreón entre éstos y el Santos Laguna. A partir de entonces, cada que toca el balón comienza a ser insultado por un sector de la tribuna preferente quien emite sonidos que semejan los de un mono, además de gritarle “come bananas” y “pinche chango” (sábado 5 de agosto de 2006).

Escena dos: Bernie Tatis, manager de los Sultanes de Monterrey, ingresa al terreno de juego en el parque de beisbol Francisco I. Madero de Saltillo a reclamar una decisión del ampayer quien, sin ningún consentimiento y en un afán protagónico, lo echa del diamante. Luego de lo anterior, una sección de aficionados de los Saraperos empieza a emitir los mismos sonidos que emulan el gesticular de un chimpancé, mientras el entrenador abandona el campo (jueves 17 de agosto de 2006).

Ambos deportistas afroamericanos, panameño uno, dominicano el otro, son víctimas de la imitación que los coahuilenses han hecho de las posturas que los fanáticos europeos vienen desarrollado de un tiempo a la fecha y que por supuesto han sido televisadas —de ahí su plagio—: el racismo en las canchas deportivas.

El tema no es nuevo ni mucho menos escandaliza. La FIFA (Federación Internacional de Futbol Asociación) reprendió enérgicamente durante el pasado Mundial de Alemania los actos discriminatorios; muy de moda en las canchas deportivas del viejo continente.

En Coahuila, el tema trascendió por tratarse de las primeras manifestaciones ofensivas que surgen en un acto público. Sin embargo, la persona que paga un boleto tiene derecho a disfrutar del espectáculo y, en ese sentido, desfogar sus sentimientos de aprobación o reprobación, apoyo o denuesto, en relación con los artistas o deportistas implicados.

En cambio, cuando dichos actos se convierten en moneda común debido a su repetición constante y, por el contrario, nadie dice nada, el tópico comienza a preocupar ya que los casos arriba señalados no son sino un reflejo de lo que sucede en las calles, pues el racismo está por todos lados: en la mercadotecnia, en una entrevista de trabajo, en los restaurantes y en general en cada uno de los negocios, lugares o establecimientos que se apeguen al NRDA (Nos reservamos el derecho de admisión), por citar algunos ejemplos.

En ese sentido, Carlos Manuel Valdés e Ildefonso Dávila, en el libro Esclavos negros en Saltillo, editado por el Archivo Municipal de Saltillo en colaboración con la Universidad Autónoma de Coahuila, nos regalan una espléndida crónica titulada “Saltillo: esclavista, racista y plurirracial”.

Ambos autores señalan: “(En los siglos 17 y 18) El racismo en nuestra villa era de tipo declaratorio, oficial y oficioso. Las castas inferiores no podían tener acceso a determinadas esferas. Un matrimonio entre español y sangre sucia no era bien visto, sobre todo cuando ello conllevaba un costo real en pesos o cuando el cónyuge menos puro no aportaba una dote llamativa para los padres del otro contrayente.

“En la vida diaria, la raza a la que se pertenecía era un factor de importancia para ser respetado y considerado. Ser negro, mulato o indio en cambio, no implicaba enormes diferencias”.

Así también, en un ambiente que ambos autores se atreven a definir como “cerrado, moralista y chismoso”, es decir, semejante al que se mantiene a la fecha, “En Saltillo se encontraron pocos negros. Casi todos provenían de fuera. De Santo Domingo, de México y de Texas. En el censo de 1777 los negros son sólo el 1% de la población. En nuestros expedientes son el 13.3 por ciento (…). En Saltillo se vendieron más esclavos blancos (el 13.8%) que negros (el 13.3%). La mayoría eran color cocho (47.7%), es decir, simplemente morenos”.

Cortita y al pie

Retomo un párrafo esclarecedor de Esclavos negros en Saltillo: “La mezcla de sangres en nuestra ciudad (europea, india, negra) es un hecho incontrovertible y es posible que muchos saltillenses pudieran contar entre sus ascendientes tanto a esclavistas como a esclavos.

“La población negra no existe ya en Saltillo, pero los genes africanos, al igual que los de los indios y europeos, deben estar aún danzando. La negritud desapareció bajo los embates de una sociedad con una moral muy rígida, tal vez, pero matizada por un permanente diálogo entre el deseo y la necesidad”.

La última y nos vamos

De aquí entonces que discriminar sea un patrón de conducta cultural y acaso también hereditario, pues a final de cuentas representa, para quien lo hace, en este caso los saltillenses, una forma de superar sus debilidades y de vengar sus frustraciones. Es todo.


carlos_plata01@hotmail.com

http://noticias.vanguardia.com.mx/d_i_559956_t_Mosaico-de-egos:-Racismo-en-Coahuila.htm





Miles de indígenas guerrerenses son explotados en campos de Chihuahua

Denuncian que son llevados bajo engaños y carecen de servicios elementales

Matilde Pérez U. (Enviada)

Jiménez, Chih. “Nuestras únicas riquezas son nuestras manos y brazos. Sin ellas, ¿qué podemos hacer?”, sostiene un grupo de jornaleros indígenas nahuas de Tlapa de Comonfort, Guerrero, al mirar con un dejo de tristeza y rabia contenida a Timoteo, de dos años de edad, quien perdió el brazo derecho en el rancho El Carmen, uno de los 12 que forman la Sociedad M y M (Monárrez y Montaño).

Cada año aumenta el número de indígenas que, acompañados por sus esposas e hijos, llegan contratados por intermediarios a los ranchos, donde al cruzar las cercas de alambre pierden su identidad, se convierten en números y en “excelente mano de obra”.

Las promesas de “buena” comida, un lugar donde dormir y excelentes ingresos quedan en el olvido y se topan con “guardias” que los amenazan y obligan a trabajar, inclusive enfermos. Son también quienes controlan la tienda donde los jornaleros compran refrescos, sopas, latas de atún y sardinas a precios hasta cinco veces más elevados.

Trabajan en el más absoluto desamparo y explotación, afirma Laura Salas Reyes, representante de la Central de Organizaciones Campesinas y Populares (COCYP), quien apenas en agosto pudo intervenir, sin obstáculos legales, en la defensa de los jornaleros.

Según testimonios de los jornaleros, en los ranchos Los Compadres, Los Anaya, San Miguel, El Cuarenta y La Concha, del que es propietario el presidente municipal electo, Jesús Manuel Vázquez Medina, conocido como El Chalma, son maltratados por ser indígenas y casi no hablar español. “En esos emporios los más maltratados son los indígenas, porque hablan poco español. Las condiciones de salud son deplorables. En abril, en El Cuarenta hubo un brote de lepra, sarna y otras enfermedades de la piel por el hacinamiento, la insalubridad y la falta de servicio médico. Los propietarios no actuaron hasta que la situación fue inocultable. Condiciones similares se repiten en todos”, añadió Salas.

Luego de la férrea batalla legal que emprendió Salas en apoyo de la familia de Timoteo, la delegada de la Secretaría del Trabajo en el municipio exigió a la defensora de la COCYP que presentara una carta poder de cada jornalero que decía defender. Con ello se intentó frenar la protesta por las arbitrariedades e inseguridad, que han provocado diversos accidentes en los ranchos. El más reciente sucedió en Los Compadres, donde murió electrocutado un indígena de Hidalgo y otro resultó herido.

En Los Compadres, los indígenas son vigilados por personas que, en caso de “anomalías”, someten a golpe de chacos a los trabajadores. Ésa fue la experiencia de Alonso Matías Hernández y de los hermanos José y Pablo Martínez Hernández, originarios de Axochiapan, quienes fueron maltratados por demandar atención médica para uno de sus paisanos que tenía temperatura y diarrea. “Hemos trabajado en otros campos, pero éstos son los peores”, afirmaron.

La historia de Timoteo

El 19 de julio, Celso Ventura y su esposa Sofía Pastrana, junto con 300 indígenas acompañados por sus esposas e hijos, cerraron sus casas en la colonia Filadelfia –fundada hace siete años, a la orilla del municipio de Tlapa de Comonfort, luego de ser expulsados de la comunidad San Juan Puerto Montaña por ser evangélicos– para abordar los autobuses que los llevaron a los campos agrícolas del municipio de Jiménez, como hacen desde hace seis años, para la pizca de chile.

La tarde del 3 de septiembre, en espera del pago de 60 centavos por kilo de chile levantado, Daniel Chacón, de 17 años, también originario de Jiménez, quiso demostrar su habilidad manejando la camioneta de su padre y jugar a los “ceritos” –dar vueltas al vehículo a alta velocidad y controlarlo con los frenos–, pero su “juego falló” y chocó contra la pileta donde estaban sentadas algunas personas, entre ellas Timoteo, quien se divertía con su hermano y otros niños que fueron llevados a los campos porque “no hay dónde ni con quién dejarlos”, mencionan los padres.

Entre el muro de cemento y la defensa de la camioneta quedó el brazo de Timoteo, narró Celso, padre del niño. Los indígenas evitaron que Daniel escapara, pero los responsables del campamento impidieron que las autoridades entraran a tomar datos del accidente y tampoco llamaron a una ambulancia, aseguró Celso, de 21 años, quien mira a su hijo y pregunta: “¿qué pasará con él? ¿Cómo trabajará?”

Bajo la sombra del pasillo que une seis cuartos en obra negra, sin agua potable, sin puertas ni ventanas, que seis familias rentan en 650 pesos mensuales en la colonia La PRI –ubicada en las orillas del municipio–, Celso no comprende por qué Daniel está libre, pero concluye que la autoridad lo protege. A pocos días de que termine la pizca de chile, el grupo de 300 indígenas de Tlapa dejará los campos, en cuyos galerones vivieron hacinados y sin servicios médicos, para retornar a sus lugares de origen, y Celso pregunta: “¿y la justicia?”

El regidor de educación, Belisario Rodríguez, estima que entre 4 y 6 mil indígenas laboran en condiciones “adversas y más fuera de la ley que en los campos henequeneros del México bárbaro. Trabajan de sol a sol, con salarios de hambre, pocas o nulas posibilidades educativas y de salud, viven aglutinados en bodegas, galerones o vecindades insalubres y peligrosas que ellos mismos consiguen para hacer frente a las inclemencias del tiempo.

“Agobiados por la pobreza, vienen en busca de trabajo, en lugares como Jiménez, pero el municipio no está preparado para recibirlos como merecen. Las autoridades locales poco pueden hacer con los recursos que tienen y porque existe solapamiento, contubernio y disimulo en diversas instancias que deben atender el problema de racismo y desprecio que afrontan los jornaleros”, abunda.

En agosto, el presidente municipal, Amador Moreno Luján, pidió a la secretaria de Desarrollo Social, Beatriz Zavala Peniche, que investigue “dónde quedan los recursos que se destinan para atender a los indígenas en su lugares de origen, qué hace la delegación de la Sedeso en Jiménez para atender el problema de los migrantes, y que se trate con respeto real, equidad y justicia a los indígenas”. El alcalde sigue en espera de respuesta.

¡Excelente mano de obra!, pero…

Cada año los indígenas llegan aquí con tuberculosis, desnutrición y leucemia. La mayoría de las mujeres dan a luz acá. No quieren dejar a sus hijos al cuidado de otras personas de sus comunidades. “Son muy tercos, pero como trabajadores son excelentes. Vienen a ganar dinero y no fuman mariguana como los de aquí”, comentaron Manuel Monárrez, José Luis Vargas Ortega y los hermanos Juan y Javier Montaño Hepo, productores de chile y cebolla e integrantes de la Sociedad M y M.

Esta temporada, asentaron, gastarán 44 mil pesos por cada camión en que llegarán las familias de indígenas de Guerrero y Puebla, más 50 mil pesos que, dijeron, les dan como apoyo para la comida durante su traslado de 12 a 14 horas. Explican que cada año, entre los últimos días de marzo y los primeros de abril, llegan los jornaleros organizados por sus líderes o autoridades ejidales o comunales. “Son ellos quienes llaman y preguntan si ya tenemos trabajo para ellos. Entonces, les repetimos que no queremos mujeres ni niños, pero llegan en familias y no podemos hacer nada”.

Monárrez, Vargas y Montaño negaron que maltraten a los jornaleros. “¡Eso es falso! No podemos darnos el lujo de maltratarlos. Si fuera cierto, la gente no regresaría. Aquí a nadie se le priva de su libertad. Tampoco están mal pagados. En promedio, cada trabajador –cerca de mil, que están en los ranchos de la sociedad– gana diariamente 304 pesos en esta temporada de pizca de chile.”

En las oficinas del rancho El Carmen, los cuatro agricultores afirmaron que no pondrían en riesgo sus negocios familiares, que tienen entre 60 y 80 años. Muestran las listas en que anotan las cantidades que levanta cada jornalero. “Hacemos hasta lo imposible por cumplir los requisitos legales, pero es la autoridad federal la que debe atender a los indígenas en sus poblaciones y reconocer que nosotros somos un soporte laboral, porque a Jiménez llegan de 5 mil a 6 mil personas”, la cuarta parte del total de jornaleros que arriba a Chihuahua.

Sobre el accidente de Timoteo, el ex diputado local Manuel Monárrez asegura que fue un “accidente imprudencial”.

http://www.jornada.unam.mx/2007/10/16/index.php?section=politica&article=015n1pol



lunes, 29 de octubre de 2007

El exterminio de los pueblos del norte

Nancy Flores / Rubén Darío Betancourt,

Decenas de comunidades indígenas del norte de la República, acosadas y despojadas por cientos de años, fenecen ante la insensibilidad de los gobiernos estatales y federal. Y es que las culturas milenarias son vistas por funcionarios y empresarios como un obstáculo para hacer negocios con los recursos naturales de la región.


Sisoguichi, Chihuahua. Se llega a la Sierra Tarahumara en el tren Primera Express, Chepe, considerado símbolo de la Revolución Mexicana pues a fines de 1913 fue utilizado por el general Villa y sus dos mil hombres para tomar Ciudad Juárez. Ahora es propiedad del Grupo México, de Germán Larrea Mota Velasco. Los empresarios vienen a estas comunidades a hacer negocios e invariablemente los pueblos indios se vuelven más pobres.

Rarámuris, rarómaris, odam y tepehuanes, enclavados entre las laderas de esta sierra, denuncian que padecen el saqueo de sus bosques. Con resentimiento acusan a empresas canadienses que, en contubernio con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), realizan tala desenfrenada en la región.

En Sisoguichi, representantes de todos los pueblos indios de la sierra chihuahuense se reúnen convocados por el paso de La Otra Campaña encabezada por el subcomandante Marcos, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Las autoridades indígenas reconocen que padecen escasez de recursos, médicos, escuelas, viviendas; pero “los problemas que más se sienten son los de la tierra. Estamos luchando para que los rarámuris tengamos tierra y para que ya no nos corten los árboles ni nos contaminen nuestra agua”, explican.

Chunel Palma, rarámuri con estudios en antropología, lamenta que durante los últimos años se haya incrementado el acoso que padecen los pueblos indios. Denuncia que en el ejido La Laguna “los capitalistas se quieren robar 688 hectáreas que son propiedad de la comunidad aún y cuando están reconocidas como parte del ejido en papeles oficiales”.

El indígena dice que por oponerse al despojo de sus tierras, los indios de ese lugar están amenazados de muerte. Durante la reunión con la Delegación Sexta del EZLN se denunció que los rarámuris de La Laguna no pudieron llegar al encuentro porque fueron hostigados por guardias blancas que los obligaron a regresar a su comunidad.

Chunel explica que, como indígenas, los rarámuris se sienten con la obligación de proteger el medio ambiente. Dentro de la cosmovisión de los tarahumaras, como los llaman los mestizos, ellos han recibido de las deidades la encomienda de proteger a la madre naturaleza. “Cuando nos muramos, nosotros, los rarámuris, no podremos viajar al cielo porque no cumplimos con nuestro deber de cuidar nuestra tierra y nuestra agua”.

Mientras preparan arroz, Angelina y Cuca dan cuenta de la pobreza en la que viven las comunidades de la sierra chihuahuense. Dicen que desde hace tres años no cosechan porque no ha habido agua. “Es que ya no ha nevado. Cuando nieva hay agua para regar la cosecha. Ahora se dieron algunos maíces pero la mayoría quedaron enterrados”.

Los indígenas se muestran preocupados por el “corredor comercial Topolobamo-Dallas”, proyecto anunciado a finales de agosto pasado por el gobernador del estado. Según José Reyes Baeza Terrazas, el corredor que atravesará Sinaloa, Chihuahua y Texas “traerá desarrollo económico con la apertura del comercio asiático por Topolobampo; será un proyecto importantísimo donde Chihuahua convoca a los gobierno de Sinaloa y Texas, y obviamente a los gobiernos federales de México y Estados Unidos, para que inyecten los recursos”.

Sin embargo, los indígenas señalan que no se les ha consultado ni se les ha informado acerca de lo que empresarios y funcionarios pretenden hacer en sus tierras. “Necesitamos saber cuáles son las comunidades afectadas por la ampliación de las carreteras y del propio ferrocarril”.

Otra de las amenazas, dicen, es el “megaproyecto minero”, a cargo principalmente de trasnacionales con capital mayoritariamente canadiense. “Las compañías canadienses no toman en cuenta que al separar el oro de la piedra contaminan toda el agua”.

Valle de Mexicali, Baja California

Las mujeres kiliwa jamás volverán a parir un indígena. En silencio y con su dolor de kiliwa han firmado un pacto de muerte para cancelar, en definitiva, el sufrimiento que se hereda a través de la lengua, del color de la piel, del vestido, de la tradición, de la cultura.

De este pueblo aún sobreviven 54 personas, la mayoría expulsadas de la tierra donde descansan sus ancestros y a la cual ruegan volver, sin que hasta ahora las autoridades federales se preocupen siquiera por atender la solicitud: única garantía de supervivencia.

Los kiliwas van muriendo en silencio: su desaparición se oculta en la ley que, se supone, los “protege”; en el programa que “garantiza su desarrollo”, y en el proyecto que “beneficia a sus comunidades”.

Y es que el objetivo real del Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares (Procede), de la Ley Indígena, del proyecto presidencial Mar de Cortés -antes Escalera Náutica- la conservación del medio ambiente, o como quiera que se nombre el despojo institucionalizado, es el exterminio de todos los pueblos originarios de México y el apropiamiento ilegítimo de su territorio y sus recursos naturales, seguramente ofertados a inversionistas estadunidenses.

Esa sentencia de muerte se hizo acuerdo común de las ocho familias kiliwa, cansadas de malvivir, como de por sí apenas existen los indígenas en este país.

“Sí, es cierto. Hemos tomado decisiones muy fuertes”, confirma Elías Espinosa, padre de la que quizá sea la última niña kiliwa. “Es que uno se cansa de estar luchando aquí y allá, de que nadie nos escuche y a nadie le importemos. Ya no tenemos suficientes recursos (económicos) para luchar por nuestra gente”, dice el hombre.

Sobre los motivos que los llevan a pactar su muerte, Elías dice: “no tengo palabras para explicar esta desesperación. Las decisiones se toman porque nadie nos escucha y porque, por culpa de los blancos, nos estamos enfrentando entre nosotros mismos”.

El indígena explica que la comunidad kiliwa es una de las más antiguas de Baja California, estado gobernado por el panista Eugenio Elorduy, donde hasta hace no mucho tiempo se desconocía a los pueblos indígenas originarios como habitantes de la entidad.

De los 54 kiliwas, sólo cinco hablan su lengua. “Hemos tratado de sacar las cosas adelante, de rescatar la lengua y la cultura, pero en la comunidad no existen fuentes de trabajo suficientes y tampoco hay servicios básicos que debemos de tener como seres humanos. Entonces, qué es lo que pasa con nosotros, que yo, como padre de familia, tengo que buscarle escuela a mis hijos para que estudien, y desde ahí empieza todo: en lugar de estar al pendiente de nuestros hijos y de la cultura, de la lengua y las tradiciones, estamos peleando en contra del gobierno para que nos ayude a tener una escuela, un dispensario médico. No es justo para nosotros, somos indígenas y somos seres humanos”, dice.

La comunidad kiliwa se asienta en el valle de la Trinidad, localizado entre las sierras de San Miguel, San Pedro Mártir y el desierto de San Felipe, en el municipio de Ensenada, a 25 kilómetros del poblado más cercano. Se integra por ocho familias, de las cuales la persona más grande supera los 90 años y la única niña, hija de Elías Espinosa, tiene cinco.
De acuerdo con el indígena, quien recién hizo un árbol genealógico de y para los kiliwas, este pueblo -que sobrevive del corte de palmilla, recurso natural muy codiciado por grandes empresas- tiene parentesco con los paipai y con los kumiai.

Tras conocer esta tragedia humana en una reunión privada con indígenas cucapás y kiliwas, ocurrida en el pueblo de El Mayor, Mexicali, el subcomandante insurgente Marcos -del EZLN- resume la problemática: “a menos de una hora de aquí, hay una comunidad indígena que va a ser aniquilada en poco tiempo.

“Son los únicos que quedan en el mundo. De esos 54, cinco hablan kiliwa, los demás ya no. Y según esto, el pacto de muerte es que las mujeres acordaron no parir más kiliwas. Y que el pueblo desaparezca con el último kiliwa que hay ahorita.”

Añade “que tomaron esa decisión porque es su forma de protestar contra los despojos de tierra que está haciendo ese gobernador. […] Nosotros hacemos trabajo en comunidades indígenas zapatistas en la otra esquina. Y yo en lo particular sé que cuando un pueblo indio dice que va a hacer algo, lo va a hacer. Y si el pueblo kiliwa decidió ese pacto de muerte, lo va a hacer”.

El delegado Zero pregunta a los adherentes de La Otra Campaña en Mexicali: “¿saben desde cuándo viven ahí? Hace nueve mil años”. Pero hace nueve mil años no había capitalismo que los despojara de sus tierras y recursos naturales, de su tradición.

Sin condiciones que mejoren su vida, esta tribu visitará dentro de no mucho tiempo a su deidad principal, Meltí Ipa Jalá o dios coyote -gente luna-, padre de todas las cosas y al mismo tiempo personificación de la muerte: según la cultura kiliwa, Meltí Ipa Jalá habita en “la casa de la muerte”.

La impotencia de atestiguar y narrar la extinción de su pueblo desencaja el duro rostro de Elías, un hombre alto, moreno y con mirada severa, que de cuando en cuando parece llenarse de lágrimas que no alcanzan a escapar. “No sé qué es lo que va a pasar con mi tribu”, resume.

Cucapás, sin permiso para vivir.

El exterminio no se reduce a la decisión del pueblo kiliwa, se extiende sobre todas las tribus de México, e incluso alcanza a las de Estados Unidos. Cucapás, kumiais, yoremes, pai-pai, tohono o'odham (pápagos), navajos, cherokees, seris. Todas enfrentan el peligro de perecer.

En el Valle de Mexicali, Baja California, al igual que en la nación Comca´ac, Sonora, los indígenas son atacados a través de disposiciones ambientales que buscan “preservar especies endémicas”.
Según las autoridades ambientales, el pueblo cucapá -pesquero por tradición y subsistencia- es menos importante que la curvina golfina, a pesar de que esta especie no es considerada como endémica, rara, amenazada o en peligro de extinción.

Y es que el 10 de junio de 1993 la región conocida como Alto Golfo de California y delta del río Colorado, donde pescan los cucapá, fue decretada área natural protegida con el carácter de reserva de la biosfera. Desde entonces, la Marina y la Armada de México acosan y prohíben pescar a los indígenas.

Inés, cucapá que sobrevive del mar, explica: “la pesca es nuestro modo de vida, nuestra única fuente de trabajo. No tenemos terrenos, porque el gobierno nos dotó 143 mil hectáreas pero de pura piedra, no se puede cultivar”.

Detalla que la temporada de pesca comprende los últimos días de febrero, marzo, abril y mayo. “De esta pesca sacamos dinero para pasar todo el resto del año. Pescamos la curvina golfina, que dicen que es una especie endémica, pero no está en peligro porque no está en la carpeta nacional pesquera que determina las especies en peligro de extinción. Además, la curvina se protege sola porque viene nada más por temporadas y se va, y no la volvemos a pescar hasta el siguiente año. Nosotros no pescamos crías”.

Inés señala que los marinos no persiguen ni limitan la pesca de las grandes y poderosas cooperativas, a pesar de que el impacto de su producción es mucho mayor. “En la comunidad cucapá somos 32 permisionarios que legalmente podemos pescar, pero de esas autorizaciones se mantiene toda la comunidad, que es de unas 70 familias: uno tiene el permiso, otro tiene la panguita, otro tiene el motor, otros limpian los pescados. Todos vivimos de eso”.

Si las autoridades cancelaran definitivamente los permisos, como acostumbran amenazar a los cucapás, “nos vamos a tener que ir de aquí, quizá a Estados Unidos. Eso sería la destrucción de la familia. Para nosotros la pesca es nuestra vida, pero al gobierno no le importa”.

En la comunidad El Mayor, el subcomandante Marcos anuncia la instalación de un campamento zapatista durante la próxima temporada de pesca, que buscará resistir el embate de las autoridades. Y es que, dice, los cucapás “son unos criminales porque están haciendo lo que van haciendo desde hace nueve mil años, que es pescar. Y resulta que ellos salen en sus pangas, a pescar, y sólo pueden pescar una especie. Todas las demás especies no. Si les encuentran una especie, compañera, los acorazados de la armada nacional y las lanchas torpederas, los embisten para hundirlos, si no se detienen. Y si se detienen, les quitan la panga y el producto”.

Por esta razón, puntualiza, “decidimos mandar un mensaje urgente a los mexicanos y chicanos al norte del río Grande para venir y maximizar el número de personas aquí, crear un espacio seguro, y proteger a las comunidades cucapá y kiliwa durante la temporada de pesca”, dice el delegado Zero.

Publicado: Año 2 / Enero 2007 / Número 25

Historias del racismo a la mexicana

Masiosare 413 ° SABADO 19 DE NOVIEMBRE DE 2005

Monumento al racismo



Ilustración: Maricruz Gallut

Cuando visité por primera vez San Cristóbal de las Casas, Chiapas, me llamó la atención una piedra tallada con la figura de un indio en la esquina de un edificio colonial. Pensé que se trataba de un homenaje a algún personaje histórico.

Cuando pregunté a un taxista sobre aquel monolito empotrado en la pared me respondió con ironía: "Es una piedra vieja que se labró para mostrarles a los indios cómo debían vestir para poder entrar a la ciudad real. Si no respetaban esa ley, los azotaban y encerraban en la cárcel. Ahora entran como quieren, pero no pueden andar por las banquetas, deben ir por la calle porque son como animales. Es para que no se les olvide que no son como nosotros, gente de razón".

Miré a los indios que se aventuraban por las calles de la ciudad, andaban casi siempre descalzos, se movían rápido, como sombras.

Más tarde vi como una mujer chamula vestida con una típica falda de lana negra y blusa azul caminaba descalza por una acera en el centro de la ciudad colonial. Iba distraída hablándole en su lengua a su hijo que cargaba con un rebozo en la espalda.

Un comerciante coleto salió agitado de su negocio y le dio alcance. "Pinche india mugrosa ­le gritó­, vete de aquí, hueles a animal, ustedes no saben bañarse, no lavan su ropa, están llenos de piojos. Vete a tu pueblo, aquí nomás afeas nuestra ciudad. Ya saben que no pueden andar acá. ¡Andale, lárgate pinche mula!", le espetó al tiempo que le dio un empujón para bajarla a la calle.

La pequeña mujer cayó al suelo entre las carcajadas del hombre alto de cinturón piteado y botas, con aspecto de ganadero. Trastabillando se alejó sin decir una palabra, humillada y vejada, como era costumbre en esa ciudad. Eso era normal.

Años después, volví a ver aquella piedra tallada. Sentí escalofríos al recordar aquella escena. Me llamó la atención que la ciudad se había poblado de indios que caminaban por las banquetas a pesar del temor y la desconfianza que mostraban al pasar frente a los comercios.

En el zócalo algunas indígenas, con timidez, ofrecían a los turistas muñequitas y magníficos bordados. Al poco tiempo, aparecieron unos policías municipales, morenos y de rasgos como ellas, que las perseguían para decomisarles sus escasas mercancías. Supe que no tenían permiso para vender artesanías en la ciudad, salvo en el atrio de la iglesia de Santo Domingo, donde la diócesis de Samuel Ruiz les permitía hacerlo. Los indígenas estaban obligados a malbaratar su trabajo a los comerciantes del lugar, que las vendían a precios exorbitantes a los turistas. La sanción por infringir esa regla la pagaban con la cárcel durante varios días.

Un día, las vendedoras indígenas se organizaron para enfrentar y desafiar al ayuntamiento, gobernado por un "auténtico coleto", como se autoidentifican las familias mestizas que se dicen descendientes del fundador de San Cristóbal, Diego de Mazariegos. Por esas fechas, 1992, el monumento del conquistador fue derribado durante una manifestación indígena. Este hecho anunciaba lo que venía: el levantamiento zapatista y la recuperación de la dignidad de los indios, que hoy se han apoderado de la otrora ciudad colonial. Si bien el desprecio de los caxlanes (mestizos) continúa, los indígenas ya no se dejan maltratar y se muestran orgullosos de lo que son.

La piedra del indio mudo sigue ahí, como parte de un monumento colonial, cuya historia hoy tadavía se recuerda con vergüenza.

(Jesús Ramírez Cuevas)



En un lugar de la Mancha...

Lupita es una joven morena, bajita, rolliza. De familia oaxaqueña, tiene una forma coloquial de hablar "cantado", típica de los barrios periféricos de la ciudad de México.


Ilustración: Cintia Bolio

Hace tres años entró a trabajar como auxiliar de contaduría en el restaurante "Un Lugar de la Mancha", en Polanco, lugar al que son asiduos políticos y periodistas.

Su trabajo se desarrolla en el sótano del espacioso lugar, una casona de dos pisos ubicada en la calle de Esopo (enfrente de la embajada cubana) que tiene librería y salones para eventos. Ahí, en el área administrativa, transcurren sus jornadas laborales sin contacto con los clientes.

El pasado mes de abril, Lupita tuvo la mala fortuna de subir al restaurante en el momento equivocado. Al pasar por la librería, se detuvo a atender a un cliente que le solicitó información sobre un libro, justo en el momento cuando llegaba la dueña del lugar.

Lilí Dayán, cincuentona, blanca, y de origen judío, es una mujer que gusta de los lujos. Ha impuesto la costumbre, por ejemplo, de que los trabajadores formen una valla para recibirla cuando llega. "Como si fuera miembro de la realeza", cuenta un ex empleado de la librería.

Ese día, la mujer enfureció al ver a Lupita atendiendo a los clientes. Cuidando poco las formas, le dijo a su empleada que no debería estar ahí, que su lugar estaba en el sótano y que se fuera "a donde no la vieran". Después se dirigió al encargado de la librería. "Es la última vez que la quiero ver tratando con un cliente. No sabe ni hablar", le dijo.

Lupita, quien terminó llorando en el sótano, sigue trabajando ahí, mientras que algunos de los empleados que atestiguaron la escena (y que narraron esta historia) terminaron por presentar su renuncia.

(Daniela Pastrana)


El cadenero

Viernes por la noche. Era el cumpleaños de Gabriela y habían quedado de festejarlo en el Mambo Café, en Avenida Insurgentes, frente al WTC.

Reticente, Antonia fue. El lugar, una especie de antro para burócratas en busca de desfogue de viernes por la noche con música de Thalía y Rebelde, no era su idea de un buen reventón.

Antonia ­pantalón de mezclilla, playera, nada de maquillaje y despeinada­, llegó como a la una y media de la madrugada, cuando sus amigos ya habían entrado.

Un clásico cadenero, alto, musculoso y vestido de negro, le da la bienvenida:

­Ya está lleno.

­Pero tenemos una reservación. Mis amigos me están esperando adentro.

­Pero ya está lleno. Ya no puedes entrar.

­Al menos déjame entrar a decirles. Me están esperando.

­No.

Antonia le marca a sus amigos. Nadie contesta.

­Nadie oye, ¿cómo quieres que les avise?

­¿Qué?, ¿quieres que le baje? ­pregunta, burlón, don Cadenero.

Llegan dos chavas ­mini falda, ombligueras. El cadenero las deja pasar.

­¿No que estaba lleno? ¿A ellas por qué las dejas entrar y a mí no? ¿Qué tienen ellas que no tenga yo?

Don Cadenero simula no haberla oído y conversa con el que está a su lado.

Ella sigue hablando al aire, hasta que un hombre flaquito, probablemente de la administración del antro, se acerca y disimuladamente la deja entrar. La recibe un nauseabundo hedor a sudor y gritos veinteañeros de "¡y soy rebelde!..."

(Tania Molina Ramírez)



"Una cosa es ser moreno"

Antes de ser derrotado en los comicios de 2001, Alfredo Anaya, aspirante a la gubernatura de Michoacán, se lanzó contra su adversario, Lázaro Cárdenas Batel, con un argumento cargado de racismo, pues la esposa de Cárdenas es cubana... y negra. "Hay un gran sentimiento de que queremos ser gobernados por nuestra propia raza", dijo el candidato.

Por esos días, The New York Times entrevisó a una de las seguidoras del priísta, María del Carmen Díaz, ama de casa de 40 años, quien se hizo eco de las expresiones de su candidato, sin la necesidad de cuidarse como él: "El color de la piel de la señora Coffigny la identifica como una extranjera", sentenció. La reportera Ginger Thompson le preguntó qué significaba eso en una entidad con gran población indígena. La señora Díaz respondió: "Una cosa es ser moreno. La raza negra es algo diferente".



Los mayas según las señoras de Mérida

La negación del otro puede ser extrema. Los mayas peninsulares en Cancún y Mérida "no existen", y cuando se les reconoce son mayitas y nacos. Según mujeres de clase media y alta, habitantes del norte de esta última ciudad, mestizo es un término para designar a los indígenas mayas, quienes pueden ser caracterizados como: "toscos", de "rasgos muy burdos", "superticiosos y cerrados", "carentes de cultura", "salvajes", "gente no civilizada", "atrasada", "de comprensión lenta", "ignorantes", "gente humilde", "sinvergüenzas", "flojos", "acostumbrados a la pobreza". Los estereotipos positivos suelen atribuirse a personas de edad, "de buenos sentimientos" y "muy honrados", posiblemente porque pueden ser menos contestatarios y dispuestos a aceptar condiciones de trabajo desfavorables que los jóvenes rechazan, por lo que se dice que "ya tienen muchos vicios", léase que defienden más sus derechos.

(Alicia Castellanos Guerrero, UAM-Iztapalapa. "Exclusión étnica en ciudades del centro y sureste").



El desprecio a los indios viene de lejos

Refranes que vienen de la Nueva España y otros acuñados en el siglo XIX fueron recopilados por el investigador Herón Pérez Martínez en "La identidad étnica en el refranero mexicano". Aquí una muestra:


Ilustración: Félix León Coronel

• A barbas de indio, navaja de criollo.

• ¡Ay, Chihuahua, cuánto apache, cuánto indio sin huarache!

• Cuando el indio encanece, el español no aparece.

• Está como verdolaga en huerto de indio.

• Indio con puro, ateo seguro.

• Indio, pájaro y conejo, en tu casa, ni aun de viejo.

• Indio que suspira no llega bien a su tierra.

• Indio que mucho te ofrece, indio que nada merece.

• Indio que quiere ser criollo al hoyo.

• Indio que va a la ciudad vuelve criollo a su heredad.

• Indio que fuma puro, ladrón seguro.

• Indios y burros, todos son unos.

• La pujanza del dinero hace al indio barrigón.

• Más seguro, más marrao, dijo el indio.

• No hay que darle la razón al indio aunque la tenga.

• No hay indio que haga tres tareas seguidas.

• No te fies de indio barbón, ni de gachupín lampiño, de mujer que hable como hombre, ni hombre que hable como niño.

• No tiene la culpa el indio, sino que el que lo hace compadre.

• Pa' que sepas lo que es amar a Dios en tierra de indios.

• Para un burro, un indio; para un indio, un fraile.

• Para el caballero, caballo; para el mulato, mula, y para el indio, burro.

• Pareces burro de indios, que hasta los tamales te cargan.

• Pendejos los indios que hasta para miar se encueran.

• Si es indio, ya se murió; si es español ya corrió.

• Tanto dura un indio en un pueblo, hasta que lo hacen alcalde.

La polémica desatada por Memín revela ''el racismo oculto'' en México

Tenemos bloqueada la presencia africana en nuestra historia, advierte especialista

ANGEL VARGAS

2 de julio de 2005

Para la antropóloga Elisa Velázquez Gutiérrez, especialista en el tema de negritud en el país, la polémica desatada en Estados Unidos en torno del personaje de Memín Pinguín, más allá de su validez o no, revela un aspecto escabroso para México: ''el racismo oculto" que impera en nuestra sociedad.

Coordinadora del seminario de población de origen africano en México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la investigadora difiere de la concepción generalizada en torno de tal historieta, y afirma que en ésta ''sí existe racismo", aunque no deliberado.

''Me parece grave que no advirtamos la magnitud del problema", indica en entrevista con La Jornada. ''No se trata de atacar o defender la historieta Memín Pinguín, sino de ir más allá y adentrarnos a un asunto grave" que ocurre en la sociedad mexicana: ''Tenemos bloqueada la presencia africana en nuestra historia; no podemos, pues, vivir aislados del racismo".

Y como ejemplo de ello recuerda la desafortunada frase del presidente Vicente Fox de que los migrantes mexicanos en Estados Unidos ''hacen trabajos que ni los negros quieren realizar", expresión que, abunda, salió del inconsciente del mandatario y denota la gran ignorancia que impera en el país sobre los orígenes de éste.

''Nos parece que la población negra está en otras partes, que es ajena a nuestra cultura. Y no es así. Somos tan ignorantes que desconocemos que un porcentaje muy alto de la población fue africana y que todavía lo es", indica.

La afrodescendiente, prosigue Elisa Velázquez, ''es una población que sufre de racismo" y que jamás se haya manifestado esto de manera abierta ''revela que nuestro gobierno es insensible hacia los problemas que la aquejan". Inclusive, enfatiza, la ideología oficial ha tratado de negar su existencia.

Coautora del libro Poblaciones de origen africano en México (INAH), Elisa Velázquez sostiene que tanto el personaje Memín Pinguín como la historieta epónima ''reproduce estereotipos de los afrodescendientes que han sido cuestionados y criticados en casi todo el mundo".

Testimonio de ello, subraya, puede encontrarse desde los trazos de Memín y su mamá doña Eufrosina, que son de tipo caricaturescos, mientras que el resto de los personajes son dibujos de tipo realista, al resaltárseles los labios gruesos y orejas, ojos, nalgas y pies grandes.

De acuerdo con la antropóloga, ''resulta preocupante" la defensa extendida que se ha hecho de este cómic a diversos niveles y entre diferentes sectores como una expresión de nuestra cultura popular.

''No todas las expresiones de la cultura popular son positivas o valiosas. También tenemos que cuestionar cosas de la cultura popular que reproducen estereotipos llenos de prejuicios, como por ejemplo el papel de las mujeres en muchas telenovelas", puntualiza.

''No puede ser que el gobierno sea tan insensible de lanzar un timbre postal con una imagen de estereotipo con muchas connotaciones a escala internacional. No sólo lastima el sentir internacional -por ejemplo en países donde ha existido aguda discriminación hacia la raza negra, como Brasil o Sudáfrica-. También revelamos nuestra ignorancia hacia lo que implica el racismo."


http://www.jornada.unam.mx/2005/07/02/a06n1cul.php

domingo, 28 de octubre de 2007

México: el racismo que no se nombra

Francesca Gargallo

Masiosiare

A pesar de las evidencias abrumadoras, en nuestro país se sigue negando la existencia de prácticas de discriminación racial. El presidente puede hablar de los trabajos que ni los negros hacen y unos sindicalistas pintar suásticas en Paseo de la Reforma. Nada pasa. Quizá porque el racismo a la mexicana es, digamos, "más sutil" o porque el nuestro es un racismo ­sobre todo­ contra los indígenas y los morenos en general, un racismo de exclusión.

Nadie en México admite ser racista, así como nadie quiere verse más oscuro de lo que un canon no dicho de aceptación social exige. Según el Consejo Nacional para prevenir la Discriminación (Conapred), 40% de los mexicanos está dispuesto a organizarse con otras personas para solicitar que no se establezca cerca de su comunidad un grupo de indígenas. Y es lógico, pues 43% opina que los indígenas tendrán siempre una limitación social por sus características raciales.

La declaración del presidente Vicente Fox sobre los trabajos que ni los negros quieren, declaración de la que nunca se retractó, demuestra el vergonzante racismo que todos padecemos.

¿Qué es el racismo para que la mayoría de las personas se sientan intimidadas frente a su sola mención? La Real Academia ofrece dos definiciones: "exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otros", la primera; y "doctrina antropológica o política basada en este sentimiento y que en ocasiones ha motivado la persecución de un grupo étnico considerado como inferior", la segunda. Dicho de esta forma, el racismo parecería algo casi limpio, libre de connotaciones económicas, de género o de acceso a los servicios públicos. Peor aún, una especie de locura o de fobia, individual o colectiva: una "enfermedad" de la que ninguna persona es plenamente responsable.

Por ello, una amiga en París pudo soltar durante una cena: "De Bush puede decirse cualquier cosa, menos que sea racista. Mira que nombrar a una mujer negra en la Secretaría de Estado...". Según ella no existe razón alguna para llamar racista a un presidente que redujo los fondos para la manutención de los diques de Nueva Orleáns: fue un mal cálculo económico que sería tendencioso relacionar con el hecho que la capital de Luisiana estaba habitada precisamente en 80% por población negra y pobre.

Las dos definiciones tampoco explican el racismo que no se nombra en México. No hay corriente o partido político que reivindique algún tipo de superioridad racial y la oficial definición de México como país mestizo acalla cualquier exaltación de un grupo étnico. No obstante, es indudable que los habitantes de los 62 pueblos indios y las minorías negra y asiática de México sufren discriminación, invisibilización, pauperización y difícil acceso a los servicios públicos como consecuencia de una discriminación racial tan difusa como negada.

Durante el Foro Regional de México y Centroamérica sobre Racismo, Discriminación e Intolerancia, que se llevó a cabo en la ciudad de México en noviembre de 2000, Ariel Dulitzky afirmó que la discriminación racial es negada en América Latina y que este afán por ocultar, tergiversar o encubrir el racismo dificulta las medidas efectivas que pueden tomarse en su contra. La igualdad, sea racial, de género, étnica, religiosa u económica, dista aún de ser vista en la región como un requisito esencial y fundacional de la democracia. Todo acto de racismo es, por lo tanto, negado ­"aquí no estamos en Europa donde queman a los migrantes"­, interpretado ­"decir que los indios no tienen cultura no es racismo, es que no tienen acceso a la escuela"­ o justificado ­"sí, se les metió a la cárcel, pero no entendíamos qué decían, no hablan español".

Los chistes, en México, ridiculizan todos los grupos raciales y étnicos que no sean el mayoritario o el de elite (blancos ricos), subrayando algunas de las características propias de su condición de marginados. Al mismo tiempo que no puede verse un solo comercial televisivo o cartel publicitario en el que aparezca un bebé o niño de rasgos indígenas, ser indio es sinónimo de ser inculto y portarse como ranchero es demostrar timidez o poco savoir faire; los negros se cenan entre sí y nadie puede diferenciar a un chino de otro. Todos los lugares comunes del racismo están comúnmente en nuestras bocas y no hay familia que no esgrima un abuelo español, una tía inglesa o un primo francés para subir de categoría social.

El mestizaje encubridor

Mestiza es la persona que nació de madre y padre con fenotipos distintos o pertenecientes a etnias de culturas diversas. En México y Centroamérica es la persona hija de europeo y amerindia, aparentemente sin preferencia hacia ninguna de sus raíces. No obstante, el mestizaje encubre una gran mentira, la de la armonía entre grupos étnicos y raciales gracias a la violencia sexual colonial, que sigue siendo cimiento de las jerarquías de género y de raza en la actualidad. De hecho, el papel de las mujeres indígenas y negras es rechazado en la formación de la cultura nacional; la desigualdad entre hombres y mujeres es erotizada; y la violencia sexual contra las amerindias y negras ha sido convertida en un romance, como en el caso de Cortés y la Malinche. Según la brasileña Ángela Gilliam, a este conjunto de prácticas culturales, a la vez sexistas y racistas, se le podría llamar en América "la gran teoría del esperma blanco en la formación nacional". Quizá por eso entre los mestizos ser güero es poder reivindicar un padre o bien creerse superior, hermoso y con derechos.

Al fin y al cabo, conquista, colonización y racismo han sido indisociables y la cultura colonialista no ha desaparecido con la independencia política. La violencia es hija de esta tríada que hambrea, mata y ofende por segregación.

El colombiano Carlos Arocha Rodríguez insiste: la idea que todos somos mestizos, todos somos café con leche, todos tenemos sangre indígena o negra, impide el desarrollo y la identificación de grupos raciales específicos. Mientras este mito se utiliza para impedir el desarrollo de identidades y reivindicaciones propias, no se le utiliza para conseguir mayor grado de igualdad e integración social. La ideología oficial del mestizaje transforma a la diversidad en invisible, niega el derecho al disenso y permite, al mismo tiempo, la exclusión de todos aquellos que quedan fuera de la norma del mestizo. De hecho, aunque todos seamos mestizos, a los más blancos les va mejor.

En México, el mestizaje fue una "invención" de los liberales criollos cuando, al finalizar la guerra de Independencia, tuvieron que construir al "ciudadano" para no reconocer a los pueblos indios ni su protagonismo ni sus derechos ancestrales, que eran incompatibles con el proyecto capitalista. Mestizo era alguien que no se identificaría con lo indio, a la vez que era descartado como blanco. Desde entonces, el imperativo categórico de los que querían llegar lejos era el de "mejorar la raza", que se traducía en "casarse con una güerita". Hoy la Iglesia católica ha venido a reforzarles el poder de la confusión: ha beatificado al indio Juan Diego, cuyo retrato oficial lo muestra tan barbado como un español.

Según Sueli Carneiro, las que podrían ser consideradas historias o reminiscencias del periodo colonial permanecen vivas en el imaginario social y adquieren nuevos ropajes y funciones en un orden social supuestamente democrático que mantiene intactas las relaciones de género ­según el color, la raza, la lengua que se habla y la religión­ instituidas en el periodo de los encomenderos y los esclavistas.

La extensión y perdurabilidad de estas prácticas, que acompañan el mito de la democracia racial de los mestizos, llevan a que la población en general esté poco dispuesta a explicar las disparidades sociales en términos de inequidades raciales, prefiriendo las explicaciones basadas en disparidades económicas. La primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, de 2005, revela que uno de cada tres mexicanos opina que lo único que deben hacer los indígenas para salir de la pobreza es no comportarse como indígenas.

En 1994, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de la OEA observó que México "no parece percatarse de que la discriminación latente que padecen 56 grupos de indígenas (...) queda comprendida en la definición de discriminación racial... Es inadecuada la descripción de la difícil situación de esos grupos como una mera participación desigual en el desarrollo socioeconómico". Amnistía Internacional hoy ratifica que en la base de las desapariciones, invasiones de tierras, encarcelamientos arbitrarios, violencia contra las mujeres, pobreza y baja escolaridad en las zonas indígenas de México está el racismo.

La justificación de la discriminación por motivos de clase antes que de raza es un corolario de la premisa de la democracia racial y la máscara ideológica de las sociedades monolíticamente mestizas, con sus supuestas ausencias de prejuicios y discriminación. Si existe armonía racial porque hay sólo una raza (la mestiza), todas las diferencias deben explicarse en función de la pobreza, estatus social, educación. Nunca debe inferirse que la ausencia o escasez de servicios públicos a una determinada comunidad por su pertenencia étnica sea el factor que provoca su baja escolaridad, pobreza y marginación. Según Dulitzky, el sólo planteamiento de la cuestión racial es visto como algo foráneo mediante el cual se procura traer al país problemas que pertenecen a Estados Unidos (modelo del odio racial frente al que todas las demás organizaciones sociales deben ser comparadas).

El racismo en pocas palabras.

El dirigente maya Genaro Serech Sem describe al racismo en estos términos: "una creencia, una imaginación de las diferencias creadas en provecho de los explotadores contra el pueblo maya, para justificar sus privilegios y agresiones. El racismo en su esencia expresa prejuicios desfavorables, repugnancia, miedo, desconfianza, desprecio, hostilidad y odio hacia el pueblo maya, como mecanismo para esconder el estado de dominación, opresión y explotación que se ha cometido contra nuestro pueblo".

Nueve de cada diez indígenas entrevistados por el Conapred opinan que en México son discriminados por su condición, que tienen menos oportunidades para conseguir trabajo y para ir a la escuela que el resto de las personas. Dos de cada tres aseguran que son nulas las posibilidades de mejorar sus condiciones de vida y que no se les respetan sus derechos. A uno de cada cinco se le ha negado trabajo por el simple hecho de ser indígena.

La mayoría de los representantes indígenas del país, al hablar de racismo, enumeran las discriminaciones de sus prácticas culturales, religiosas, médicas y jurídicas, en el plano educativo y en el acceso a la salud, así como la opresión por parte de las autoridades, en particular el ejército y la policía, y las invasiones de sus tierras por parte de ganaderos. No faltan las denuncias de genocidio y de encarcelamiento de indígenas en Oaxaca, como "forma habitual del sistema social y político".

En general, las personas que no aceptan la existencia del racismo en México, frente a las denuncias indígenas y sus reivindicaciones de autonomía, aluden a la resistencia de los indios a la igualdad, les exigen que se vuelvan "mexicanos", que se porten como mestizos oscuros, sin sus indumentarias, sin su historia, sin ninguna dignidad, como hijos del avasallante universalismo colonizador con el cual los racistas se identifican.

En México, la población indígena se concentra en el centro y sur del país. En 803 municipios hay 17 mil localidades eminentemente indígenas que, por su tamaño y dispersión, por el desinterés de la federación y el desvío de recursos, cargan con elevados grados de pobreza y aislamiento, carencias de servicios públicos y escasa comunicación. Resienten de manera grave las consecuencias de la descapitalización del campo, la falta de inversión productiva, los altos niveles de erosión del suelo, la escasa o mala calidad de la educación pública y la ausencia de servicios médicos. Las comunidades negras de Oaxaca, Guerrero y Veracruz padecen de los mismos males y, como las indígenas, son culpadas de ser sus causantes.

El racismo en la vida cotidiana

Recuerdo la impresión que me provocó hace unos diez años haber llegado a la farmacia de Huejuquilla el Alto, Jalisco, atiborrada de personas que esperaban ser atendidas. Fui llamada de inmediato al mostrador. Cuando dije que había muchos antes que yo, la dueña me explicó que los demás eran huicholes, es decir indios. Todavía lamento no haber tenido el coraje de aguantarme el dolor de muelas y salirme.

Lorenza Gutiérrez, de Huechapan, una comunidad mixta de Puebla, recuerda que en la escuela las niñas se diferenciaban por su ropa, por la lengua que hablaban y por cómo se peinaban, aunque el color de la piel y el tamaño eran iguales. Durante toda la primaria, cada día, una de sus compañeras de salón le jaló las trenzas para ver cómo se aguantaban las indias. Hoy participa en organizaciones productivas de mujeres y afirma que la verdadera condición de indio es la de pobre, más aun "aquí sólo el indio pobre es indio".

En mayo de 2005, un domingo por la mañana, Juanita Pérez Martínez, tojolabal de Las Margaritas, Chiapas, tuvo un día libre durante un taller para mujeres indígenas que se impartía en la ciudad de México. Decidió salir a pasear con tres compañeras con quienes se encontró en Tacubaya. Desde que se subieron al metro, la discriminación se hizo patente y adquirió varios matices de racismo: un grupo de jóvenes que iba rumbo a Chapultepec se mofó de ellas por su indumentaria; dos hombres mayores les instaron para no demorarse en las escaleras mecánicas; una señora les gritó desde el andén opuesto que necesitaba una sirvienta y se ofendió cuando le contestaron que no buscaban trabajo. Una vez en Xochimilco, a la más joven de ellas el lanchero intentó seducirla y hasta la jaló de un brazo; cuando ella se alejó con sus amigas, el hombre le gritó "india fea" y "desagradecida".

En 1986, el antropólogo Iván Gomezcésar, en el centro de San Cristóbal de las Casas, saludó a unas muchachas tzotziles que se disponían a vender dulces caseros en el suelo de la plaza; poco después, un grupo de muchachitos coletos les arrebató sus mercancías, frente a la mirada indiferente de dos policías, para desafiar al "chilango" que fraternizaba con los indios. Poco después, esperando hacer una llamada, vio como en una farmacia vendían a los hombres formados en fila "Aceite Huapo", un veneno en forma de alcohol, para que se envalentonaran y "hablaran castilla".

Al hoy filósofo tzotzil Miguel Hernández, quien habla y escribe tzeltal y chol además de su lengua, al inscribirse en primaria le dijeron que no sería capaz de aprender nada porque no era "hombre de razón", pues no se expresaba en español.

No vayamos más lejos, todos hemos escuchado a alguien así: la mamá en el restaurante al niño que acaba de tirar la botella de refresco: "¡No seas indio!". El padre de familia explicando al compadre que por las tareas que desempeña le pagan muy mal: "Trabajo como negro". La vendedora en la farmacia convenciendo a una clienta que la crema es realmente blanqueadora: "Se va a ver como güera". La joven saliendo de la maternidad donde fue a conocer al recién nacido de su mejor amiga: "Lástima que sea morenito". La clasemediera entrada en años atrincherada detrás de su parasol en la playa: "Es que el sol me hace daño, me quedo renegrida como costeña". La mujer en la peluquería: "Si tengo pelos en las piernas es porque no soy india".

Frente a actitudes como éstas (cualquier persona que quisiera abrir ojos y oídos podría percibirlas a su alrededor, pues son cotidianas), es evidente que seguir diciendo que en México no hay racismo es la mejor forma para no enfrentarlo y seguirlo tolerando. La discriminación como determinante de la pobreza y la desigualdad es un tema obviado; ya es hora de afirmar que es un verdadero impedimento para la vida democrática.

¿Racismo en México?

“Racistas los nazis pero en México no hay racismo”

México es un país en donde existe el racismo y a diferencia de Alemania o de Estados Unidos (que tienen fama de ser países racistas), aquí ni siquiera reconocemos que tenemos un fuerte problema de racismo y por lo mismo menos se hace nada por combatirlo.

Sin embargo es común escuchar frases como “gente bien” como si hubiera gente mal. Por otro lado existen una serie de adjetivos para calificar de forma peyorativa a los que no entran en el estereotipo de “gente bien” o “gente bonita”. Naco, indio, chundo, maría, prieto, teco, oaxaco, comalera, tamalera, mexicanito, indito, etc, etc son algunos ejemplos de estos adjetivos.

En México no hay letreros que prohíban explícitamente la entrada un grupo étnico en particular, sin embargo con el famoso N.R.D.A en la práctica resulta en una segregación.

Este BLOG tiene como objetivo resaltar la existencia del racismo en México y lo grave que es que ni siquiera nos demos cuenta.



José Luis Ruiz