La premisa fundamental del racismo (como lo vivimos en este continente) es que ser blanco es mejor que ser negro y esta idea está tan arraigada que hasta se convierte en un «gusto personal».
Por: Diego Rodríguez Eternod
En México, el racismo no es un problema. No está en la agenda política, ni en la opinión pública. Contados son las académicos o las instituciones que se dedican a estudiar el tema y, generalmente, lo hacen desde el indigenismo. Aquí no es como en Estados Unidos, en donde sí existen negros y blancos. Aparte de los indígenas, «que son muy pocos», todos las mexicanos somos mestizos y, como todos tenemos la misma raza, el racismo no es un asunto de interés público que sea necesario atender.
Las ideas anteriores son un mito de proporciones bíblicas. Sí, los indígenas son víctimas constantes del racismo. Pero eso no es todo el problema, sino solo una parte. Muchas personas morenas o negras, que no se consideran indígenas, también son víctimas del racismo. Los mexicanos no somos mestizos en el sentido histórico de la combinación de sangre indígena y española.
En el México colonial no solo habitaban indígenas y españoles, sino también africanos, asiáticos y otros europeos.[1] Los mulatos (hijos de españoles y negros) fueron la segunda «casta» más grande, después de los mestizos, durante el siglo XVIII. Así de grandes son nuestras raíces africanas. A partir de 1650, la inmigración forzada de esclavos disminuyó, por lo que la población negra y mulata dejó de existir prácticamente para 1800.[2] No obstante, que desaparecieran como «casta» no significa que fueron exterminados, sino que se mezclaron. El mito del mestizaje indígena-español, el cual fue construido después de la Independencia y reforzado en la época posrevolucionaria con el propósito de unificar a la nación, funcionó en la medida en que la raza no se ha considerado un «tema» en la agenda pública: los mexicanos no nos pensamos como un país multirracial, sino como un país con una sola raza (o un continuo racial indígena-español). Sin embargo, el mito fracasó porque no se desmontó el sistema racial construido en la Colonia: que «desaparezcan formalmente las razas» no significa que el racismo deje de existir.[3] El problema no es el mito en sí mismo. El problema es que el mito invisibiliza la discriminación racial.
En una ocasión que estaba con un amigo de la universidad en el automóvil, unos menonitas se acercaron a vendernos queso. Cuando la luz del semáforo se puso en verde, mi amigo me comentó que «los güeritos» —haciendo referencia a las personas blancas— «no deberían trabajar en la calle». «No se ve bien», me dijo. Yo no consideraba a mi amigo racista, pero por su comentario me di cuenta de lo naturalizado y arraigado que está el racismo en nosotros. Este ejemplo no muestra la discriminación de las personas negras o morenas en su más cruda expresión, pero sí muestra cómo el racismo pretende establecer los lugares y las funciones que a cada quien le corresponden en la sociedad: vender cosas en la calle no es de blancos, sino de indígenas, morenos o negros. El racismo puede ser sutil, pero es poderoso.
¿Cuántas veces han escuchado «pinche negro» o «pinche indio» en bromas o en ataques de furia en contra de personas muy morenas, negras o indígenas? En infinidad de ocasiones también he escuchado (en formas más complejas y disfrazadas) que alguien «está guapx porque está blanquitx». Evidentemente hay grados de racismo. No es lo mismo salir a la calle al estilo del Ku Klux Klan, que limitarse sistemáticamente a no escoger negros o muy morenos como parejas sexuales. Como políticamente está mal visto, el racismo adquiere formas más complejas y se esconde muchas veces detrás de «gustos personales». Pero no escoger negros o muy morenos como parejas sexuales, por ejemplo, es racista. La premisa fundamental del racismo (como lo vivimos en este continente) es que ser blanco es mejor que ser negro y esta idea está tan arraigada que hasta se convierte en un «gusto personal». (Para los tele-adictos, la primera temporada deAmerican Crime, disponible en Netflix, es un gran ejemplo de las formas y los grados de racismo en el contexto gringo).
La raza, al igual que el género, es un sistema de poder y de dominación que estructura la vida de las personas. Concretamente, la raza es una construcción social sin ningún fundamento científico, que clasifica a las personas por su apariencia (fenotipo), especialmente por su color de piel, y existe en la medida en que le atribuimos significados y la utilizamos en nuestras vidas.[4]
Los sistemas de control social no operan por separado. La raza, el género y la clase son sistemas que continuamente interaccionan y se traslapan. Por ejemplo, es «curioso» cómo en las colonias más ricas, en general, viven las personas más blancas o cómo las trabajadoras domésticas, que son principalmente mujeres, pobres y morenas, son de los grupos más discriminados en este país. Así, para poder comprender las dinámicas del racismo, es necesario estudiarlo en conjunto con otros sistemas y no como sistemas de poder separados.
El racismo es un problema porque afecta la vida de las personas: se utiliza para negar beneficios o derechos a unos, al mismo tiempo que privilegia a otros. No reconocer la sangre negra de México significa no admitir una parte importante de nuestro origen y de nuestra identidad, y significa no reconocer que a las personas de piel oscura —y no solo los indígenas— son víctimas de discriminación racial. Necesitamos académicos, instituciones gubernamentales y organizaciones de la sociedad civil que estudien y combatan las consecuencias de quinientos años de racismo. Necesitamos hacer del racismo un problema.
* Diego Rodríguez Eternod es Licenciado en Políticas Públicas por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y miembro del Área de Derechos Sexuales y Reproductivos (@DSyR).
[1] Las Filipinas también fueron una colonia española, por lo que durante la Colonia llegó a México un grupo importante de filipinos. Ver: Douglas Cope, The Limits of Racial Domination: Plebeian Society in Colonial Mexico City, 1660-1720 (Madison: The University of Wisconsin Press, 1994). En México también se establecieron colonias de chinos en el norte del país. Ver: José Luis Trueba Lara,Los chinos en Sonora: una historia olvidada (Hermosillo: Universidad de Sonora, 1990).
[2] Cope, The Limits of Racial Domination, 83.
[3] Abril Saldaña Tejeda, “Racismo, proximidad y mestizaje: el caso de las mujeres en el servicio doméstico en México”, Trayectorias, número 37 (julio-diciembre 2013): 78.
[4] Saldaña, Racismo, proximidad y mestizaje, 76-77.
1 comentario:
Muy buen texto. Lo único con lo que no estoy de acuerdo es en la parte de las parejas sexuales. Nadie está moralmente obligado a considerar a otra persona sexualmente atractiva. El racismo puede ser un factor para que alguien no se sienta atraído hacia personas con cierto aspecto, pero no necesariamente es así.
Publicar un comentario